El Aceite

Otra vez yo y la cama, solos. Los días se suceden y aparecen patrones que no busco. Voy al baño y en el trayecto se suscitan varias palabras, éstas, que comienzan a tomar forma. Parecen un sinfín de ideas que yo me tomo el atrevimiento de interrumpir con banalidades como lo pueden ser comer, ver alguna que otra serie, estudiar, dormir. Algunos hablan de musas de la inspiración, como queriendo darle a algún ente la culpa de no poder poner en palabras lo que uno tiene en la cabeza, pero lo cierto es que no existen tales hadas que podamos sacar de un tincazo del hombro para volverlas a buscar arrepentidos al día siguiente en el jardín más cercano. Sólo hay ideas, y la voluntad de plasmarlas. Es sólo eso. Nadie dijo que sería algo fácil, un elixir que uno toma para que le broten las palabras como lo hace el agua de la fuente, tan decidida a volver el escupir el mismo chorro uno y otra vez. Es más bien un trabajo, algo que cuesta.

Hay quienes dicen que hay que saber qué va a contar uno antes de empezar a hacerlo, otros sugieren que es lo peor que pueden hacer. Cuando comencé a escribir esto no tenía la más mínima idea de lo que iba a decir, y me gusta que así sea. Sigo sin tenerla. Al menos soy sincero en eso, como en estas pocas ganas de seguir escribiendo que comienzo a sentir, quizás por la ausencia de una grandilocuente frase, lo fútil de un escrito sin un mensaje. Así y todo y sin embargo, sigo, inmutable ante las vicisitudes del escritor.

Quienes escriben conocen la sensación frustrante de borrar con el codo lo que se escribió con la mano y, mientras, con la otra, agarrarse la cabeza como teniéndole piedad. Colores y olores sin gusto de las 2 a.m., las pequeñas desgracias de la vida diaria de verse morir las pasiones como pequeños soldaditos de plomo que se congelan y se resquebrajan por el frío de otra noche sin ideas.

Pensar que muchos así viven su vida y no se dan cuenta. Lo mismo una y otra vez, día tras día, hasta que en una noche ¡zas!, y chau pasiones, chau sueños, chau risas genuinas. Chau, chau, adiós al niño que una vez fuimos, y al que todo esto le salía por feliz inercia, el devenir descansado de una alegría para el alma tras otra, sin los artilugios de la mente trabajada para darle significado a las cosas, para articular ese aparato que ya tiene sus años, y ha venido acumulando piezas que no encajan bien entre sí, escuchándoselo chirriar por las noches, gemir de dolor a media mañana, y morir tenuemente a las 3 de la tarde, también en la cama, pero esta vez mirando el techo en vez del papel.

Quiero descubrir ese aceite que lubrique esta maquinaria tan cansada, que no es una musa, sino una gamuza que me ayude a limpiar toda la tierra que he venido acumulando ahí arriba. Miro mis manos, con tanto poder de crear, pero esperando pasivamente las órdenes de la maquinita que ya no es más tik-tik-tik sino un tik-tok-tik-tak-tik-tok, una disonancia de notas que cuesta ordenar sin saber de música, un almendrado de ideas que se derriten entre sí, volviéndose borrosas para mis ojos, truculentas para mi estómago, rugosas al tacto y pedregosas para caminar. Ni hablar de tener sexo con estas ideas. Sería una orgía de lo más singular, sobre todo por el nivel de castidad de la misma.

Quizás el aceite esté en otro lado. En el canto de un pájaro, en sonreírle a un mosquito, en reírse ante la caída de un pibe y llorar ante la muerte de una hormiga, en respirar las flores y desear las copas –de los árboles-, en un bostezo a contramano con la mano que bajaba, o en el miedo atolondrado del que sabe que se acaba; entre dos manos, entre dos miradas, en las vías desandadas; en un cuento, el de otro, que ya ha visto el aceite, para escurrirlo de entre sus páginas como una bocanada de claridad que nos ilumine el rostro. Como esa nube que se corre, dejándonos ver la luz, y esa otra que se pone, para que podamos escribirlo.

Aunque, así de simple y después de todo, quizás, sólo quizás, el aceite se encuentre avanzando por pasadizos de la memoria, esquivando la claridad por momentos, bajando escaleras viejas llenas de andamios que nunca dejan de sostener a los múltiples pintores a los que nunca se ve trabajar, pero que nunca hacen que se note su falta; cayendo por un tobogán de emociones y ya, casi sin oxígeno, poder ver la enormidad de este cáliz de paredes rojas, siendo un volcán para este multifacético lubricante, que enardece y brilla más que el oro, entre las sombras del corazón.

Comentarios

  1. Tanto escurrir y el aceite al final salió, jojo. De oliva xtra brutt (?)

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