El Tapón


El sol entra gentil por las ventanas del patio. Las tardes de domingo, con el tiempo, se van haciendo más llevaderas. En el medio del comedor, lo que realmente las hace llevaderas: mi hija de 5 años jugando con nuestra gata Arya, plácidamente, en las cálidas baldosas bendecidas con el toque de la luz. La jurisdicción de Arya. Es interesante observar todo sin participar, dejando que ella descubra todo por sí misma.


Linda vista se tiene, ¿no?
Cuando me siento en la silla, advierte mi presencia. Y su cara se transforma, rápidamente, como quien recuerda asuntos pendientes. Inquisidora, se aproxima, y me temo lo peor:


-¿Pá, quién es Dios?-desliza intrigada.


Un misil que venía esperando desde antes de su mera concepción, desde los tiempos en los que yo me hacía esa pregunta tratando de ver cómo le explicaría a mi hipotético hijo tan enigmática figura. Las palabras empiezan a entrar en ebullición, agitando a mi saliva a decir una, no, la otra, no, la otra, para que empiece a salivar como el perro de Pávlov, impaciente ante mi propia incapacidad de poner en palabras que una inocente y hermosa criatura de 5 años pueda entender toda mi experiencia de vida en relación a tan jugoso tema. Inconsciente ante tanta efervescencia, balbuceo:


-Dios es un tapón-y sus ojos inexpresivos me están pidiendo que continúe con la complicada idea que se había generado en mi cabeza.


Consciente de las repercusiones de no darle una clara respuesta –quizá demasiado-, rápidamente cambio de estrategia.


-Mirá, hijita –me pongo con las manos juntas sobre mis labios, como rezándole a esta figura para que me diga quién es-, imaginá que querés una pelota para jugar. Viste a alguien jugando, te pareció divertido, y querés tener una.

-Ya tengo una pelota.
-Lo sé, recuerdo cuando la compramos.
-¿Para qué quiero otra?
-Bueno, ¿qué querés?
-Saber quién es Dios.
-Sí, sí, ya sé, pero ¿qué cosa te gustaría tener que no tenés?
-Nada.
-Bárbaro. Ahora imaginate por un momento que querés una pelota. Que se rompe esta que tenés y querés otra. ¿Está bien? –asiente con la cabeza. La querés y te ponés a pensar todo el día en que querés a tu pelota de nuevo. Al día siguiente, aparece en el patio. Vos sabés que tu primera pelotano está más, pero ahí la ves, en el medio del patio.
-¿Me la compraste vos?
-No, yo no fui, venís y me preguntás cuando la ves, pero te digo que ni mamá ni yo la compramos. Que no sabemos de dónde vino.
-¡Pero entonces alguien la tuvo que haber tirado!
-Claro, pero imaginate que no sabés de dónde viene. Bueno, vos me preguntaste quién era Dios. Algunos te dirían que esa pelota te la mandó Dios. Que vos la pediste, la querías, y el te la concedió. Pero vos a él no lo podés ver, ni tocar, ni escuchar, pero ves que está la pelota. Entonces la pelota sería la única prueba de que Dios existe.
-¿Pero la tiró Dios?
-No sabemos, pero tampoco sabemos quién la tiró.
-Entonces, ¿cómo sé quién me dio la pelota?-empieza a fruncírsele el ceño por primera vez.
-No podés saberlo, podés creer que hay un Dios que te la tiró o podés pensar que a algún vecino se le escapó, que es de alguien más y por casualidad te llegó a vos.
-¿Y si voy y pregunto?
-Acá, en el barrio, podés preguntar. Pero esas paredes del patio que vos ves ahí, si vos las pasás no vas a llegar a ningún lado donde veas que está Dios. Si viajás por toda la tierra, no vas a encontrar un solo lugar donde puedas verlo o tocarlo.
-¿Y si voy en un cohete a la luna?-contesta animada.
-Si recorrés todo el cielo que ves, no vas a encontrarlo.
-Entonces, ¿cómo se que existe?
-No lo sabés. Yo no lo sé. No se puede decir que existe ni que no existe. Vos tenés que elegir lo que te haga más feliz.
-Bueno. Me voy a jugar con Arya.


Y así veo como mi hija se va, después de la primera gran conversación con su padre, que no tiene idea de lo que acaba de decir y no sabe qué le habrá quedado a la nena en la cabeza.

Ah, ¿por qué dije que era un tapón? A ustedes sí les puedo contar. Los humanos nacemos con un agujero en nuestras mentes, un agujero tridimensional que tiene la forma de estas tres básicas y archiconocidas preguntas: ¿De dónde venimos?, ¿quiénes somos? y ¿será cierto que los dinosaurios murieron con el meteorito?, digo, ¿hacia dónde vamos? Tres preguntas camaleónicas que se van vistiendo de otras preocupaciones pero siempre esconden los mismos miedos: ¿Qué caso tiene vivir, preocuparme por educarme, educar a mis hijos, arreglar el maldito inodoro, pagar impuestos?, entre otras. Cada uno le termina dando el significado que quiera a su vida, pero lo cierto es que nacemos con ese agujero inquisidor, el eterno disparador de porqués.


Dios es un tapón que se coloca en ese agujero para que no nos duela cada vez que esas preguntas quieran pasar por ahí. Es un tapón que se enseña, un tapón que tiende a hacer las veces de tumor y crecer. Un tapón que inteligentemente se agarra, con cables que van desgranando todo, de nuestros más básicos instintos, como el reproductor, el de la culpa y los miedos: el cerebro reptiliano, que poco tiene que ver con la forma de funcionar de la neocorteza racional, pero que la somete a ésta última a voluntad, ya que los instintos básicos, bien estimulados, anulan cualquier procesamiento. Y está bien que así sea, pues así hemos sobrevivido a las otras especies hasta llegar a reinar hoy sobre la tierra.


Lo que no está bien es que no reconozcamos que uno puede libremente creer que ese tapón puede ser la evidencia física de un ser superior, pero también puede ser la evidencia física de un delirio, así como un cuento de hadas. Uno puede elegir. Y hacerse cargo. Puede creer que hay cosas que no se pueden medir, que sólo se sienten con el corazón.


Pero uno no puede imponer. Ni la fe a otra persona, ni las reglas de cómo debemos llevar adelante nuestra vida.


Y eso es lo que muchas veces el tapón termina haciendo. El tapón impone, como si fuera un requisito por cumplir su función de alivianar la existencia y estancar el agua del pensamiento.

La veo a mi hija jugar, ido en mis pensamientos, pensamientos que no la hubiesen ayudado, lidiando con ese agujero, y le deseo lo mejor en su búsqueda. Después de todo, la vida es un poco eso: ir descubriendo lo que nos hace feliz, hasta que del vacío sólo queda una sombra.


Pues nos lo hemos comido todo, en un memorable asado.

Comentarios

  1. Me encantó el relato y es entre preocupante y animoso tener que pensar en estas cosas ya no por uno, sino por un hijo o hija...de repente y por una razon dificil de entender la responsabilidad es mayor (como si cuestionarse estas maximas del universo no fuese ya suficiente responsabilidad).

    Por lo que entendi superficialmente, voy a decir que si bien la idea de un tapon es alentadora, para mi tiende mas a enclaustrarse que a ser facil de sacar. La erosión, vió...

    Para mi ese agujero debe permanecer siempre abierto, y es lo mas cercano a la libertad que conseguiremos. Si eso implica que el universo es un ente sin sentido y al que nada le importamos, entonces ignoremos al universo y quedemonos con las cosas que nos importan. No hace falta ir tan lejos para que la vida valga la pena, con llegar a los seres queridos o las pasiones se está muy bien

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  2. Sí, la verdad es que lo es. Es todo un deber humano que va mucho más allá de ver un video en contra de la iglesia y decir: "son todos unos hdp", etc. Es reconocer lo reconocible, admitir lo admitible, y no dejar de ver lo obvio. Y todo esto se torna muy difícil cuando realmente te importa.

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